Una Luz de Esperanza: El Antibiótico Natural para la Madre Tierra

El cambio climático es un monstro inventado por la humanidad. Países como El Salvador tienen poca responsabilidad en su creación; son más vulnerables frente a sus impactos y cuentan con menos recursos para defenderse. Pero países como El Salvador pueden asumir el liderazgo mostrando el camino para frenar, detener y superarlo. 
Para respuestas contundentes, necesitamos sacar la artillería pesada de la Madre Tierra. Ella tiene un antídoto fascinante, potente y microscópico. Con ese Pequeño Gigante, podemos crear una industria extractiva, minando el carbono atmosférico ya amenazando la existencia de futuras generaciones. Podemos convertir ese gigante en comestibles, combustibles, calles y carreteras. Para averiguar de nuestro querido aliado estratégico, aca les queda este articulo: “Una Luz de Esperanza” (Miguel Hoffman - Ambientalista).  

El cambio climático está acelerando de una forma dramática, con resultados espantosos.

Recientemente, el gobierno sueco anunció que los incendios forestales, en la parte norteña del país, dentro del Circulo Árctico, fueron completamente fuera de control. El gobierno apeló por ayuda internacional para apagar las llamas. En estos últimos años, el calor y sequedad por todas partes están causando estragos con una persistencia jamás visto durante la época de la civilización humana. Tornados de fuego han sido observados desde Australia hasta Inglaterra y California, creando vórtices de calor, alcanzando a más de 1,000 grados centígrados, carbonizando todo en su camino.  




   
El área del mundo donde el aumento de temperaturas ha sido más extremo, es el Árctico. Históricamente, el hielo norteño en el Árctico y Groenlandia y el hielo sureño de Antártida han sido los sistemas naturales de aire acondicionado para el planeta. Las áreas polares siempre refrescaban corrientes calientes de agua y aire. Al devolver los corrientes, ya helados, se calentaban una vez más, dentro de una circulación que preservaba un equilibrio climático impresionante. Ese sistema ya está entrando en una fase de quiebra. 
   


Grandes superficies de nieve y hielo que previamente reflejaban y rechazaron el calor solar, ahora son grandes extensiones del mar abierto. El color oscuro del mar absorbe los rayos solares, calentando esa región con una velocidad e intensidad muy preocupantes. 

El sistema climático planetario, en vigor por casi 12,000 años, está agonizando. La razón es sencilla. La humanidad está quemando su futuro, carbonizando la atmósfera y generando un calor en la tierra, no apto para seres humanos. Los gases emitidos están atrapando un calor adicional y creciente, los cuales están estresando los ecosistemas y especies adaptadas a un clima moderado y más estable. 

La humanidad colectivamente está depositando la energía equivalente de más de 400,000 bombas atómicas en la atmósfera todos los días, sin pensar en consecuencias. Después de más de 25 años de cumbres internacionales sobre el cambio climático, en 2017, la humanidad emitió más gases de efecto invernadero que nunca. 

El dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero, normalmente queda por miles de años en la atmósfera, potencialmente causando una miseria sin precedentes para tantísimas generaciones venideras. 



   
El calor de la atmósfera actúa como esponja para el agua planetaria, debilitando ríos, secando tierras y causando el estrés hídrico. En el mundo actual, el agua evapora con más velocidad y en mayor cantidad. En lugar de ciclos hídricos suaves y predecibles, las consecuencias de un mundo calentando ya están manifestándose. Los ríos terrestres se convierten en ríos atmosféricos. El agua se acumula en la atmósfera, reduciendo el acceso al líquido vital para las especies biológicas en el planeta. Para colmo, las reservas existentes de agua, tienen altos niveles de toxicidad, reduciendo aún más el agua apta para nuestro consumo.   

El vapor atmosférico queda colgado como la espada de Damocles encima de la humanidad y las especies terrestres. Una atmósfera sobresaturada puede explotar en diluvios bíblicos después de largas sequias. El calor atmosférico y el calor oceánico combinan para generar una turbulencia letal, ya evidente en los monzones asiáticos o los huracanes pegando las Américas.  

La evidencia indica que estamos sellando el destino de nuestras hijas e hijos, nietas y nietos.  Pero información científica normalmente no penetra las barreras psíquicas que la humanidad estableció. El delirio es nuestro refugio, evitando pensamientos y sentimientos dolorosos. Preferimos ignorar mala noticia o información incomoda. Preferimos fantasías en lugar de reconocer precipicios más adelante. Pero, las fantasías de hoy son las pesadillas de mañana. 

Para poder responder a los desafíos de un futuro no tan lejano, necesitamos formular preguntas duras, pero imprescindibles. Necesitamos cuestionar: “¿Qué porcentaje de nuestras hijas e hijos, nietas y nietos son desechables?” “¿Cuántos podemos sacrificar?” “¿Qué nivel de miseria consideramos ser aceptable para futuras generaciones?” 

Necesitamos voluntad y visión para arreglar y regular el clima. Necesitamos buscar dentro del botequín de nuestra Madre Tierra para identificar los medicamentos que ella siempre ha utilizado para eliminar toxinas, recuperar su salud y devolver el equilibrio idóneo para las criaturas del planeta. Dentro de su botequín, entre sus maravillas, existe un milagro microscópico, un Pequeño Gigante, capaz de frenar la destrucción ya en camino. Ese serito, dispuesto a librar la guerra para salvar el planeta, es la microalga. 



La humanidad muy a menudo califica la microalga como una plaga. De igual manera, muchas plantas medicinales y hierbas nutritivas son consideradas como “maleza”. Las microalgas florecen en cuerpos acuáticos como lagos y lagunas, empapados con lo peor que la humanidad puede tirar: escorrentía agrícola, efluente industrial, desechos sólidos, aguas residuales y excremento ganadero y humano. El problema no es el alga. El problema es la práctica humana que trata a cuerpos de agua como vertederos de sus desechos. 

Dentro de un medio acuático, con una voracidad insaciable, las algas devoran materia toxica y tragan el dióxido de carbono para poder reproducir y crecer. ¡QUÉ INTERESANTE! El papel de esas algas es consumir y procesar los tóxicos ahora poniendo el planeta en jaque. Cuando no está bañada en contaminantes o bombardeada con el dióxido de carbono, el alga se muere. Utilizadas de una forma estratégica y cultivada de una forma controlada, las algas pueden servir como el antídoto biológico al veneno ahora sofocando el ecosistema y calentando el mundo.  


  
Aún más interesante. El planeta está encapsulado por una concentración de dióxido de carbono ya sobrepasando 410 partes por millón. El equilibrio idóneo de los tiempos preindustriales es de 280 partes por millón. 410 partes por millón están causando estragos climáticos, estresando y atropellando comunidades humanas con sequias repetidas y huracanes monstruosos. 410 partes por millón para las algas también representan un estrés grande. A tal concentración, quedan desnutridas y raquíticas. Quieren mucho más para su reproducción. Bajo condiciones óptimas, hay algas que reproducen a nivel nuclear, más de 4,000 veces por segundo, basado en su consumo del dióxido de carbono.
Las algas que consumen los tóxicos no solo absorben y aguantan la contaminación en sus adentros. A nivel molecular, los tóxicos son degradados y convertidos en materiales benignos y aún saludables para especies biológicas. Una vez que las microalgas consumen sus deleites asquerosos, los contaminantes se convierten en deleites sabrosos para el ser humano. 


  
El universo de micro y macroalgas es inmenso y existe una cantidad de especies que contienen todos los aminoácidos de proteínas que el cuerpo humano requiere y una gama de minerales críticos para nuestra salud. Las algas marinas o algas acuáticas tienen sabores sorprendentes, muy similares a maíz, frijoles, pollo, pescado, tocino, naranjas, limones y aún azúcar. 



Las algas constituyen platos exquisitos en restaurantes de lujo. Lejos de ser sencillamente un lujo para algunos pocos, las algas pueden ayudar a frenar las hambrunas repetidas ya pronosticadas para las décadas venideras. Vivimos en un mundo del cambio climático, en el cual la inseguridad alimentaria tiende ser persistente y creciente. 






Fuentes tradicionales de alimentos humanos como los granos básicos son muy vulnerables a condiciones climáticas inestables. El maíz y frijol agonizan con el calor intenso, así como durante sequias o inundaciones. Los árboles y arbustos con valor nutritivo y medicinal tienen defensas más robustas, pero aún tienen sus umbrales limitados. La muerte en cadena de árboles es un fenómeno cada vez más común dentro del contexto del cambio climático. Pero, el alga humilde ha vivido por dos mil millones de años, sobreviviendo cinco eventos de extinción masiva, durante los cuales, grandes porciones de especies existentes desaparecieron.



Tim Flannery, anteriormente el encargado de una comisión gubernamental australiano sobre el cambio climático, afirmó que, al cubrir 9% del área marina con algas marinas, se puede absorber más de 50 gigatoneladas del dióxido de carbono al año. Emisiones antropogénicas del dióxido de carbono (o sea emisiones por actividad humana) son alrededor de 35 a 40 gigatoneladas anualmente. Flannery dijo que las algas marinas crecen 30 a 60 veces la velocidad de plantas terrestres, jalando grandes cantidades del dióxido de carbono en el proceso.  Estimó que una cobertura de 180,000 kilómetros cuadrados (el tamaño de El Salvador, Costa Rica y Guatemala combinados) puede proveer la población humana mundial con todos de sus necesidades alimentarias. 



  
Cultivos del mar tienen ventajas excepcionales dentro de nuestro contexto moderno. No requieren ningún tipo de químico, pesticida o insumo toxico. Con su cultivo, no se aplica fuego a la tierra. Las algas no exigen agua dulce o sistemas de riego, ahora peligrosamente profundizando la crisis hídrica. Además, las algas son inmunes a los impactos más sentidos del cambio climático como las sequias. Más aun, una plantación amplia de algas marinas puede ayudar a salvar grandes cantidades de especies de moluscos y peces ahora en peligro de extinción. Crean hábitat favorable a la vida biológica marina.

Las algas pueden seguir produciendo y reproduciendo arriba de 50 grados centígrados y solo hibernan a 70 grados. Estas temperaturas son capaces de quebrar el termostato humano que controla su equilibrio interno. Sin ese equilibrio, el ser humano se muere. Entonces si cultivos anuales fallan y los árboles mueren, las algas pueden resistir el infierno asomándose en el horizonte y ser una fuente de alimentación abundante. Para no amenazar ecosistemas existentes, en varios países se cultivan las algas en desiertos donde el calor y sol estimulan su crecimiento.

Cultivado y cosechado, las algas marinas no solo nos pueden dar grandes cantidades de comestibles. También son valiosas fuentes de combustibles. Los componentes de combustibles son lípidos y aceite. Las algas producen esos componentes con una explosividad mucho más amplio que la Palma Africana, la caña de azúcar u otras fuentes ambientalmente devastadoras. Según el Laboratorio Nacional de Energía Renovable, algas rinden más lípidos y aceite que cualquier otra fuente; hasta 30 veces más por unidad de tierra comparado a los cultivos terrestres como la palma o soya. 



Aquí en El Salvador, ríos como el Acelhuate, pueden hacerse minas de oro en forma de nutrientes. En áreas de desagües, donde aguas toxicas de los ríos se desembocan al mar, la presencia de una abundancia de algas en contenedores puede servir como una defensa para ayudar a prevenir la contaminación oceánica. 



El cultivo de las microalgas debe ser bajo condiciones estrictamente controladas dentro de estanques o fotobiorreactores encerrados. La contaminación existente en las aguas son condiciones fértiles para una reproducción demasiada agresiva. Dentro de los fotobiorreactores, se tendría que cosechar la biomasa cada dos a tres días por su intenso crecimiento.    
  
Además de comestibles y combustibles, la biomasa cosechada puede servir como materia prima para reemplazar el asfalto convencional, uno de los materiales ambientalmente más desastrosos para el ecosistema. El asfalto convencional es una mezcla de concreto, cemento, petróleo y una variedad de químicos carcinogénicos. En pruebas, se han notado que el asfalto derivado de microalgas tiene un defecto. No aguantan temperaturas extremadamente bajas. Eso no es un problema que necesitamos contemplar por millones de años en los trópicos. Sin embargo, a temperaturas muy altas el asfalto derivado de algas mantiene enlaces químicos más fuertes que el asfalto convencional. 



   
Especies de algas marinas pueden ser procesadas para producir un tipo de plástico que no contamina. El plástico convencional está hecho de petróleo y daña mucho al medio ambiente. El plástico de las algas, una vez tirado a la tierra o el mismo mar, se degrada y se convierte en nutrientes para generar más vida. 

Ya hay tasas y otros contenedores hechos de algas que son comestibles. Se come los contenidos y después la tasa. Pero si no quiere comerla, tranquilo. Se puede botar la tasa en la tierra o un rio con la seguridad que pronto vaya a degradar y convertirse en nutrientes para los organismos. 



El mismo componente del plástico biodegradable, el Agar-Agar puede petrificar. Su potencial como materia constructiva debe ser explorada porque el uso universal y desenfrenado de concreto y cemento está acabando el mundo natural. Después del agua, el concreto es la sustancia más usado por la humanidad. Su producción provoca entre 5 y 7% de todas emisiones de gases de efecto invernadero antropogénicas. Sencillamente, una tonelada de concreto y cemento produce una tonelada de emisiones del dióxido de carbono. 

Para salvar el mundo apto para la humanidad y especies existentes, necesitamos priorizar la tarea de extraer y minar el carbono atmosférico. Nuestro armamento más potente es el reino vegetal. Dentro de ese reino, necesitamos priorizar las especies renovables y resistentes. El bambú y algas acuáticas son instrumentos que la Madre Tierra nos proporcionó para que podamos comer, construir y confeccionar. Con esas criaturas, podemos crear casas, carreteras y cosas. Con ellas, podemos crear tela, papel, muebles y plásticos que no matan a los animalitos. Además, nos dan fuentes energéticas sin chocar con el medio ambiente. Podemos vivir bien, sin violar las leyes que nuestra Madre Tierra nos impone para nuestra protección. 

Ni el bambú, ni las algas deben reemplazar o sofocar ecosistemas delicados. Deben ser usados de una manera estratégico y controlado para preservar la biodiversidad, fortalecer y proteger especies nativas y restaurar hábitats terrestres y acuáticos. Con un diseño bien hecho, El Salvador puede ser un ejemplo vivo y brillante de un país en vías de recuperación. Así la pobreza, la contaminación, la degradación ambiental y el cambio climático pueden ser piezas en un gran museo de la memoria histórica. Nuestra generación puede ser recordada como la generación que por fin frenó la locura, justo a tiempo antes de sobrepasar el precipicio. Podemos evitar un infierno para las generaciones venideras; o podemos sacrificarlas en nombre de “desarrollo”, “progreso” y crecimiento económico. Sencillamente, la elección es nuestra.  



   
Nuestra Artillería Pesada en contra del Cambio Climático 

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